Los senderos secretos de Venus by Ana Martos

Los senderos secretos de Venus by Ana Martos

autor:Ana Martos
La lengua: spa
Format: epub
editor: corona borealis
publicado: 2018-05-25T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

APRENDE A ENGAÑAR

¿Por qué tú también has de ser vigilada,

tú, a quien la varilla del pretor acaba de redimir?

Para que aprendas a engañar, agrégate a mi culto.

Ovidio, El Arte de Amar.

-¡S ois perversas! ¡Sois satánicas! ¡No os soporto más! - los gritos de Carmen, el ama de casa que robaba compulsivamente en los grandes almacenes, sonaron destemplados fuera del pabellón “Padre Isla”. Algunos de los enfermos que paseaban indolentes por allí se detuvieron a escuchar y uno de ellos llevó su dedo índice a la sien y realizó un movimiento de atornillar.

- Está bien, Carmen - medió baza Andrés, el administrativo atormentado por el fantasma de su madre, mientras Manolo, el proxeneta, se frotaba las manos con satisfacción.

- ¿Y a ti qué te pasa? - la ira de Carmen se volvió contra él - ¿No soportas las verdades? ¿es que nadie va a decirles a este par de mal nacidas lo que todos pensamos de ellas?

Amelia miró con sorpresa al delgadísimo doctor Cuenca y observó que se limitaba a contemplar la escena con interés, pero no parecía en absoluto dispuesto a intervenir ni a templar gaitas. Durante los diez o quince minutos que había durado la conversación entre Mabel, la secretaria, y Alicia, la cajera, el ambiente se había ido enrareciendo y tensando, a medida que Carmen se cargaba de agresividad, evidenciando su carga con jadeos, crispamiento de manos, rechinar de dientes y continua agitación en su asiento. Y, finalmente, había explotado. De alguna manera, todos se habían sentido mejor, pero Amelia temía que la hostilidad terminara en agresiones físicas y seguía esperando que el doctor Cuenca pusiera orden.

La conversación causante del estado de Carmen había tratado, como siempre que hablaban entre ellas, de los respectivos abortos de Alicia y Mabel, pero aquella vez, ambas habían horripilado al grupo con sus comentarios helados acerca de pormenores espeluznantes.

- Pues chica, te digo que donde esté una clínica de Londres que se quiten todos esos chapuceros portugueses.

- ¿Qué sabrás tú?

- Es que los ingleses se han especializado y te lo hacen como si fuera un empaste. Yo, desde luego, ni enterarme.

- Ni yo, ¿a ver qué te crees? Y encima me costó la mitad que a ti.

Después de la sesión, Amelia salió presurosa y se dirigió al seiscientos, temiendo que alguno de los componentes del grupo se emparejase con ella. Caminando a buen paso, sintió que la angustia disminuía y se dio cuenta de que lo que a Carmen le había generado aquella fuerte dosis de agresividad a ella le había elevado el nivel de angustia hasta límites insospechados. Deseó llegar a su casa y tomar a Carlitos en sus brazos, acariciarle, besarle, decirle cuánto le amaba. Cuando llegó al lugar en que había dejado el automóvil, se encontró con la destartalada figura de Manuel, el mecánico, apoyado en el techo del seiscientos y aparentemente esperándola.

- Gracias, Manuel - le dijo distraída, mientras introducía la llave en la cerradura - ya veo que no me lo han robado.

- Pero le han pinchado una rueda - el hombre señaló el neumático desinflado.



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